jueves, 21 de abril de 2011

martes, 1 de febrero de 2011

Simulacros académicos

Todos blofeamos. Moldeamos en la medida de lo posible nuestra imagen y la percepción que otros tienen de nosotros: exageramos o matizamos las historias que contamos, ponderamos información y la minimizamos, exaltamos u omitimos, dependiendo de quién la recibe. Acostumbramos hacerlo con todos: compañeros del trabajo, amigos, parejas, padres y madres, completos extraños y conocidos recientes. La mayoría del tiempo esto no lastima a nadie, incluso puede ser divertido. Hay personas que alteran la realidad sin saberlo, y sin ninguna agenda oculta. Sin embargo, otras tantas sólo buscan construir una percepción falseada o edulcorada para participar de un juego que deviene pantomima. Es ahí donde surge la preocupación que lleva a este escrito: porque en algún punto no muy lejano, estas “modificaciones” y “variaciones” se convierten en simulacros absurdos de nosotros mismos. Peor aún, estos simulacros se hacen grupales, institucionales, globales y endémicos.

La academia es un espacio inundado por esta práctica. Estudiantes de licenciatura, alumnos de maestría, candidatos a doctor, profesores, y otros perdidos que sigan estas líneas, seguramente han sido protagonistas o actores secundarios de algún simulacro académico. En los meses pasados he comprobado que (quizá-no-tan) últimamente, hay una preponderancia de lo visible sobre lo inteligible, del show sobre la esencia, de la cantidad sobre la calidad, de la calificación sobre el aprendizaje. No sólo en las aulas de distintos niveles educativos, sino entre investigadores y centros que deberían ser la punta de lanza de nuevas ideas (¿qué tipo de ideas?, posteriormente se puede abordar ese debate, pero ideas originales e investigaciones vinculadas a la realidad, para empezar). La heterogeneidad de los temas de investigación no debe ser pretexto para su falta de impacto en lo que se estudia. Y argumentar la formación de “nociones básicas” respecto a un área del conocimiento no es excusa para no relacionarla con la realidad a la hora de enseñar dichos contenidos.

Valorar la forma sobre el fondo no es un crimen. Pero en un país como el nuestro, con muchos sistemas que no funcionan como deberían (además del educativo), es mejor equilibrar ambas características. Por ejemplo: en la política se anuncian y vitorean obras, acciones y planes de gobierno para crear una percepción entre los votantes. Pero de nada sirve tener una buena imagen y excelente comunicación política si no se acompaña de acciones. Es una situación insostenible, ya que hay un límite de engaño posible si ganas y no haces el trabajo. Si se dejan de hacer acciones sustanciosas en un gobierno, por más que se intente dar otra percepción, tarde o temprano llega un punto en el que la sociedad gana conciencia, y los políticos pierden elecciones. Cuando hay simulacros en el ámbito académico, no se pierden elecciones, se pierde algo más importante: la posibilidad de nuevas ideas.

Abundan ejemplos de simulacros académicos: estudiantes que reciclan trabajos; alumnos que fingen aprender y maestros que fingen enseñar; publicaciones sin arbitrajes adecuados; licenciaturas, maestrías y doctorados otorgados sin el rigor necesario; apadrinamientos, asignación de proyectos y/o becas por relaciones personales y no por criterios académicos objetivos; exageración de logros sin ninguna incidencia en la realidad…

Un ejemplo personal: he pasado exámenes sin tener los conocimientos necesarios, sin haber leído, sin estudiar; he usado el trabajo de alguien más para cumplir con la tarea; he blofeado sobre un tema que no sé y me he salido con la mía. Nunca lo consideré un crimen (tampoco me siento orgulloso). El problema es cuando esto sucede en todos los niveles, más allá de la “perrada” estudiantil: maestros, doctores, pos doctores, personas cuya preparación admiramos sin refrendar o cuestionar seriamente las aseveraciones, argumentos planteados o investigaciones que realizan. La academia se trata precisamente de eso. No me refiero a ser iconoclastas recalcitrantes sin fundamento (que considero mentecatos), hablo de saber identificar cuando alguien esta blofeando y cuando aporta algo significativo. Al menos es un primer paso si se pretende (de ser posible) acabar con este tipo de simulacros.

Cabe matizar que no aspiro a que todo sea auténtico siempre. Es una idea romántica creer que nadie ni nada tendrá intenciones ocultas, ni agenda. Mi aspiración, al menos en el caso de la academia, es que lo que se publique, se comparta o se difunda, tenga esencia y consistencia, y si no es mucho pedir: impacto y estructura. No hay un nivel adecuado de celebración cuando nos publican un artículo, libro, ensayo, o lo que sea, pero quizá podamos aspirar a un “nivel óptimo de cacareo” de la producción científica sin caer en la promoción sin esencia que se convierte en cascajo. Porque para aguantar simulacros basta con los que ya he visto en otros aspectos de nuestra vida cotidiana.

También disponble en