“… Mientras esto pensaba, vi una
carroza que se detenía frente a la tienda por donde yo estaba a punto de pasar.
Lo reconocí de inmediato: era la carroza de nuestro director. “Pero él no puede
ir de tiendas a estas horas: debe ser su hija” –pensé. Entonces me aplasté
contra la pared. El lacayo abrió la portezuela y ella saltó del coche
revoloteando como un pajarito. Cuando miró a su alrededor y alzó sus ojitos
brillantes… ¡Dios de mi alma!, sucumbí irremediablemente… Pero, ¿por qué tendrá
que salir con semejante tiempo? Después de esto nadie se atrevería a afirmar
que las mujeres no se vuelven locas por los trapos…
Ella no me había reconocido, y yo
mismo traté de cubrir mi cara todo lo que pude, pues llevaba un capote sucio y
pasado de moda. Ahora las capas se usan con cuellos largos, y el mío era muy
corto; además, el paño estaba sin impermeabilizar. Su perrita, que no tuvo
tiempo de entrar, se quedó en la calle. Conozco a esta perrita. Se llama Medji.
Apenas había pasado un minuto cuando de pronto oí una vocecita aflautada que
decía: “Buenos días Medji”. ¿Y eso? ¿Quién es el que habla? Volví la cabeza y
vi a dos damas caminando bajo un paraguas. Una de ellas era ya viejita; la otra,
muy joven. Pero ellas ya habían pasado cuando nuevamente volví a oír la misma
vocecita a mi lado. “¿No te da vergüenza, Medji?” ¡Al diablo! Vi que Medji se
olfateaba con la perrita que iba con las dos señoras. “¡Epa! –me dije– ¡pero, vamos!
¿No estaré borracho? ¡Menos mal que esto
no me ocurre a menudo!”.
– “No, Fidele, haces mal en
pensarlo. Yo estuve… guau, guau, ¡muy enferma!”.
¡Vaya con la perrita! ¡Véanla!
Confieso que me sorprendió escucharla hablar con lenguaje humano; pero después
de pensarlo a conciencia, dejé de sorprenderme. A decir verdad, en el mundo se
dan muchos ejemplos parecidos. Se dice que en Inglaterra salió a la superficie
del mar un pez que dijo dos palabras en un idioma tan extraño que desde hace ya
tres años los sabios tratan de identificarlo y aún no han logrado nada. También
leí en los diarios que dos vacas entraron en un comercio y pidieron un paquete
de té. Pero reconozco que mucho más me sorprendió Medji cuando dijo: “Te
escribí una carta, Fidele, seguramente Polkán no te la llevó”. ¡Al diablo!
Apostaría que nunca se ha dado el caso de perros que supieran escribir. Sólo
los nobles están en condiciones de escribir correctamente. Es cierto que
también algunos comerciantes, oficinistas y, a veces, hasta algún siervo se las
arregla para salir del paso; pero lo hacen de un modo mecánico, sin comas, ni
puntos, para no hablar de estilo.
[…]
11 de noviembre
Hoy estuve en el despacho de
nuestro director y saqué punta a veintitrés plumas de Su Excelencia, y a cuatro
de su hija. A él le encanta tener varias plumas preparadas en el escritorio.
¡Ah, debe tener un cerebro!... Está siempre callado pero creo que en su cabeza
se analiza todo. Cómo me gustaría conocer sus pensamientos, saber qué proyectos
se incuban en su cabeza. Sí, me gustaría observar más de cerca la vida de estos
señores, conocer todas las intimidades y las intrigas de la corte: cómo son,
que hacen entre ellos. ¡Eso es lo que me hubiera gustado saber! En varias
ocasiones me propuse entablar una conversación con Su Excelencia, pero, ¡al
diablo! la lengua no quiso obedecerme. Lo único que a uno se le ocurren son
trivialidades: hace frío o hace calor en la calle, de allí no pasa. Me hubiera
gustado echar un vistazo a la sala, a través de cuya puerta a veces
entreabierta he atisbado algo…, y, detrás de la sala, también a las
habitaciones. ¡Ah, qué lujosa decoración! ¡Qué espejos, qué porcelanas! Me hubiera
gustado echar una mirada allí, en su tocador, donde se aglomeran todos sus
potes y frasquitos, y flores tan delicadas que hasta da miedo respirar; y ver
cómo está diseminada su ropa, que más parece aire que ropa. Hubiese querido ver
el dormitorio…, allí sí que se han de ver maravillas; allí, creo, se esconde un
paraíso de ésos que no en el cielo existen. Ver el banquito donde ella apoya su piececito al levantarse de la cama, ver cómo se pone una media blanca como la
nieve sobre aquella pierna… ¡Ay Señor! Mejor me callo.
Pero hoy, de pronto, se me
iluminó el cerebro: recordé la conversación de aquellas dos perritas que encontré
en la avenida Nevsky."Bien –pensé para mí– ahora lo sabré todo. Tengo que
apoderarme de la correspondencia que mantenían entre sí esas perritas de
porquería. Allí, seguramente, encontraré gran cantidad de datos”. Confieso que
cierta vez llamé a Medji y le dije: “Escúchame, Medji: como ves, ahora estamos
solos; si quieres, hasta puedo cerrar la puerta para que nadie nos vea. Vamos,
cuéntame todo lo que sepas sobre la señorita. ¿Cómo es ella? Te juro que nadie
se enterará de cuanto me digas”. Pero muy astuta se metió la cola entre las
patas, se encogió lo más que pudo y se escabulló silenciosamente por la puerta
como si no hubiera oído nada. Siempre sospeché que los perros son más
inteligentes que las personas; inclusive estoy seguro de que están en
condiciones de hablar, sólo que son bastante tercos. El perro es un político extraordinario:
lo nota todo, ni un solo paso del hombre se le escapa. No, esto ya está
decidido: mañana mismo me voy a casa de Zverkov, interrogo a Fidele y, si me
resulta posible, intercepto todas las cartas que le escribe Medji.”
Diario de un loco (fragmento), de Nikólai Vassilievich Gógol